EN AHITÍ TAMBIÉN HAY MILAGROS
Diez peruanos rescatan vidas de escombros
Equipo de socorristas recorre Puerto Príncipe dando ayuda.
Por: Miguel Bellido Enviado especial
PUERTO PRÍNCIPE. No todo era muerte debajo de los escombros de la capital haitiana. Sobre todo los primeros días, habían muchas personas por salvar. Equipos especializados en búsqueda y rescate urbano de todo el mundo llegaron a Haití tan rápido como volando para tratar de devolver a la vida a esos atrapados. Se los podía ver en el aeropuerto de Santo Domingo dos días después de la catástrofe: equipos rusos, franceses, canadienses, británicos todos con perros entrenados y equipos diversos; todos esperando transbordo, ansiosos porque saben mejor que nadie que salvar una vida atrapada debajo de lo que fue una casa, una tienda o una escuela es una labor en la que el tiempo juega decididamente en contra.
Diez peruanos (ocho hombres y dos mujeres) formaron parte de ese despliegue. Salieron el jueves por la madrugada de Lima y fueron de los pocos que pudieron aterrizar a Puerto Príncipe en el avión presidencial, la única de las tres aeronaves peruanas que pudo aterrizar en el congestionado aeropuerto haitiano. De inmediato, se integraron con un equipo de defensa civil del Ejército nicaragüense, que les brindó seguridad. De esa unión, tres personas volvieron a nacer. Entre ellas, Lidovidia Pierresante, una mujer de 33 años que había pasado nada menos que 80 horas entre los escombros de un edificio caído, al lado de varios cadáveres.
SALVANDO VIDAS
Los encontramos el domingo, un día después de ese rescate exitoso, cuando peinaban Cite Soleil preguntando a los pobladores si habían escuchado gritos entre algún edificio destruido.
El equipo, liderado por César Pacheco, se notaba cansado pero aun entusiasta. El rescate del día anterior había demorado más de nueve horas y media, y no había sido el más complicado.
Un día antes, en un edificio caído en la avenida Martin Luther King, lograron sacar a dos víctimas luego de una jornada maratónica. “Un equipo de otro país, no quiero decir cual, ya quería amputarle el brazo a una de las mujeres”, cuenta Javier Cañote, uno de los miembros del equipo, que pertenece a la ONG Rapid Latinoamérica. “Pero nosotros insistimos y finalmente, tras casi 14 horas, logramos sacarla entera”, remata con satisfacción.
Ayer, también, rescataron a otras dos mujeres jóvenes de entre lo que queda del local de una universidad de la ciudad, luego de permanecer más de 100 horas atrapadas. Hasta ayer, han sido cinco las personas rescatadas por el equipo peruano en Haití.
Rescatar a un atrapado es una labor de filigrana en la que los socorristas también se juegan el pellejo. Un paso en falso puede terminar en un derrumbe que acabe con la vida de la víctima y, de paso, con alguno de sus frustrados salvadores.
Para empezar, es necesario detectar al atrapado, para ello los peruanos usan un equipo con sensores capaces de registrar sonidos casi imperceptibles entre los escombros. Si se confirma un hallazgo, empieza la labor de retirar los escombros con mucho cuidado, como si de una excavación arqueológica se tratara. Cada columna o resto de la estructura colapsada debe ser apuntalada con sumo cuidado. Este es un trabajo en el cual ninguna precaución es innecesaria.
“Cuando se llega a ver a la víctima, se le alcanza luz química [barritas que cuando se quiebran emiten luz fosforescente] y se le puede suministrar agua y alimento”, explica Javier Cañote. Pero ese es solo el comienzo de la operación de rescate, que se puede prolongar durante muchas horas más. Igual, el esfuerzo vale la pena. Incluso cinco días después del terremoto se dejaban ver los equipos recorriendo la ciudad y trabajando en varios edificios.
Indefectiblemente, cada operación de rescate congrega una multitud de curiosos: en situaciones tan desesperadas como esta, los haitianos parecen ávidos de presenciar pequeños milagros. Cuando finalmente sale la camilla con el rescatado, empiezan los aplausos. A los socorristas les da igual, ellos no se deben a su público.
Un compatriota gestiona la ayuda
Antonio González Senmache, peruano de 39 años, vive en Haití hace 13 y trabaja en una fábrica de textiles. El terremoto derribó su casa, pero elevó su determinación. Esa misma noche del martes, cuando los primeros camiones con ayuda provenientes de República Dominicana empezaron a llegar a Puerto Príncipe y no encontraban un lugar para dejar su carga, Antonio decidió abrir las puertas de los almacenes de su fábrica en el parque industrial, conocido acá como Sonapi. Contó con el apoyo incondicional de Rosa Lee, su jefa coreana. Ahora la fábrica está parada y siete grandes hangares que le pertenecen están ocupados con suministros y espacio para los voluntarios. Otros empresarios del parque siguieron el ejemplo y ahora el Sonapi tiene dos hospitales de campaña en su interior y es uno de los centros más importantes que gestiona la ayuda que llega, sobre todo por vía terrestre.
Antonio dejó en suspenso su labor como director ejecutivo de Pacific Sports Haití y se convirtió en voluntario por unos días. En el Sonapi se acumulan los camiones, pero la ayuda que se reparte sigue siendo insuficiente. “Es como echar un balde de agua en el desierto”, se lamenta. Lo tiras y de inmediato desaparece”. Este es el drama del terremoto, que ha derramado más miseria sobre una población que ya era paupérrima.
SEPA MÁS
La Federación Haitiana de Fútbol sufrió la pérdida de al menos 30 personas en el sismo que devastó el país caribeño, entre los que hay una cifra aún no determinada de jugadores, informó ayer la FIFA.
Más de 300 parejas brasileñas han mostrado su interés en adoptar niños haitianos huérfanos tras el terremoto del 12 de enero, informó ayer la embajada de Haití en Brasilia.
Fuente:
http://elcomercio.pe/impresa/notas/diez-peruanos-rescatan-vidas-escombros/20100120/400977
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