6 nov 2009

La cumbre de Barcelona no aclara la lucha contra el cambio climático

La cumbre de Barcelona no aclara la lucha contra el cambio climático

Dentro de un clima de desacuerdo entre naciones ricas y pobres, el nuevo objetivo es lograr un pacto político este año y un tratado vinculante en el 2010.

¿Y ahora qué? ¿Se ha cerrado realmente el camino de Copenhague para lograr un gran pacto contra el cambio climático? Las conversaciones de Barcelona, la última ronda negociadora para conseguir un acuerdo mundial en diciembre en la capital danesa, han contribuido a generar más oscuridad e incertidumbre sobre el resultado final del complejo proceso que protagonizan más de 180 naciones convocadas por la ONU.

Los propios negociadores europeos han reconocido que es prácticamente imposible firmar el mes próximo el tratado internacional que sustituya al protocolo de Kioto. Y por eso, la opción que se abre camino es un gran pacto político que recoja la esencia del futuro tratado internacional, que deberá seguir siendo negociado para ser aprobado el año próximo. La resistencia de EE.UU. a dar una cifra concreta sobre reducción de gases invernadero para el 2020 –en espera de que se apruebe el proyecto de ley correspondiente– y las divergencias entre ricos y pobres marcan la agenda política e impiden atacar compromisos legalmente vinculantes para todos.

En este contexto, en el mejor de los casos, se obtendría un acuerdo político internacional que se convertiría en el esqueleto del tratado que se deberá seguir negociando. El mandato de la conferencia de la ONU de Bali (2007) establecía que en dos años se debería alcanzar un nuevo acuerdo para suplir a Kioto. Y ese plazo finaliza el mes próximo. "Retrasar este pacto supone incumplir la agenda marcada en Bali", recuerda Joaquín Nieto, presidente de honor de la fundación SustainLabour, asistente a todas las conferencias de clima de los últimos años.
El nuevo tratado que se debe seguir negociando –y en el que por fin estaría EE.UU.– podría cerrarse entre tres y seis meses después de la cita de Copenhague, aunque otros observadores apuntan que podría demorarse hasta finales del 2010 en México.

Retrasar esta decisión significa dar malas señales a la nueva economía y frustrar las expectativas de dar un impulso inmediato a un modelo de desarrollo menos intensivo en carbono y que vaya prescindiendo de los combustibles fósiles, acusados de causar el cambio climático. A la vez, se podría resentir toda la nueva arquitectura en que se basará el nuevo tratado, una gran obra de ingeniería jurídica y política para propiciar una gran transferencia de recursos económicos, tecnológicos y de capacitación a las naciones más pobres para combatir el cambio climático y fomentar un desarrollo limpio que evite la repetición de modelo de crecimiento peligroso para el clima. Y eso también está en riesgo. Pese a todo, quedaría tiempo para que el nuevo tratado se ratificara a tiempo, antes del 2012, fecha en que expira el protocolo de Kioto actual.

El objetivo inmediato ahora es, pues, conseguir un acuerdo político relevante y significativo con objetivos claros, aunque sin carácter legalmente vinculante. Y en esta fase los países deberían concretar sus promesas mientras se negocia los detalles del tratado para el año próximo. Pero ni siquiera perfilar este pacto político (un logro nada desdeñable: puede estar arropado por más de 40 líderes presentes en Copenhague) va a ser fácil. ¿Por qué? Los científicos dicen que los países industrializados deberán reducir sus gases entre un 25% y un 40% para evitar una catástrofe climática. Pero sólo la UE ha dado pasos claros y determinantes (con un plan de recorte del 20%, ampliable al 30% si los demás países ricos hacen los mismos). En cambio, los países del grupo de los 77 más China (que reúnen a 123 naciones en vías de desarrollo) protestan porque estas metas son poco ambiciosas y exigen aminorarlas al menos un 40%. Por eso, incluso hicieron amago de boicotear la reunión el pasado martes

La contribución de las potencias emergentes será el segundo caballo de batalla en el futuro acuerdo. Estos países (China, India, Brasil, México o Corea) están asumiendo esfuerzos para limitar sus emisiones y frenarlas respecto a las previsiones futuras. Su comportamiento ha sido elogiado por Yvo de Boer, secretario ejecutivo del Convenio de Cambio Climático; pero Estados Unidos será especialmente exigente con ellos, por ser sus nuevos competidores.

Sin embargo, el gran asunto pendiente es la financiación y las otras ayudas que recibirán las naciones en vías de desarrollo por elaborar planes para mitigar y adaptarse al cambio climático. El reparto de la contribución que hará cada uno de los países donantes (según el criterio de emisiones de CO2 o por PIB) anuncia otra batalla. ¿Quién pagará esta factura solidaria en época de crisis? ¿Está la sociedad occidental capacitada para ayudar a los desplazados del cambio climático?

Todo está pendiente de que EE.UU. mueva ficha. En la última sesión de las conversaciones de Barcelona, el jefe de la delegación de EE.UU., Jonathan Pershing, repitió por enésima vez que su país no ha aprobado objetivos sobre reducción de gases. La situación creada fue criticada por el jefe de la delegación del G-77, Lumumba Di-Aping, que acusó a los países ricos de rehuir sus compromisos y de pedir a otras naciones que "subvencionen su alto su alto nivel de vida". "Seguir con esta incertidumbre no tiene sentido. Necesitamos un pacto sustancial en Copenhague y ayuda inmediata para que los países pobres puedan combatir el cambio climático a partir del año 2010", declaró Antonio Hill, portavoz de Oxfam Internacional.

Fuente: [http://www.lavanguardia.es/premium/publica/publica?COMPID=53819774281&ID_PAGINA=22088&ID_FORMATO=9]

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